Desde la ventana de la oficina de Stephen Green, en el piso 42 de una esquina de Canary Wharf, se alcanza a notar la puesta del sol en Londres. La vista es todo lo que podría desear un amo del universo: el centro financiero histórico de la ciudad, Westminster detrás y el río Támesis que corre en medio de todo eso.
Pero Green, presidente del directorio y ex presidente ejecutivo de HSBC, uno de los bancos más grandes del mundo, no encaja con la imagen de los banqueros que tantos han llegado a despreciar desde la crisis de 2008. El año pasado, acusó públicamente a su propia industria por estructuras de pago "distorsionadas" para los banqueros. Habla sobre el "deber fundamental con la sociedad" de los bancos, y acaba de publicar un libro titulado Good Value: Reflections on Money, Morality and an Uncertain World (algo así como Reflexiones sobre el dinero, la moralidad y un mundo incierto). En el libro, escribe sobre el pecado en el mundo moderno y critica el relativismo y la codicia sin límites. Hablamos con él sobre la crisis financiera, la moralidad, la marcha de la globalización y las conexiones entre ellas.
Green, que fue ordenado como un sacerdote anglicano en 1988, no es ajeno a los peligros de la avaricia. Habla y escribe con una seriedad moral que no tiene rastros de auto justificación.
"No se puede vivir sin bancos", afirma. "Ninguna sociedad puede tener la clase de sociedad y la clase de nivel de vida que tenemos sin tener un sistema bancario". Hace dos años, los banqueros no sentían la necesidad de recordarle al mundo este tipo de cosas. El ejecutivo continúa: "Y es de interés público que ese sistema sea estable, robusto, saludable y rentable".
Green hace énfasis especial en ese último punto. HSBC no reportará su ganancia de 2009 hasta el primero de marzo, pero una cantidad creciente de bancos ya dieron a conocer ganancias suculentas —y en algunos casos récord— para el año que terminó. Con esas utilidades llegaron jugosas bonificaciones que atrajeron la celosa atención de reguladores y políticos, junto con la ira del público.
Sobre este último tema, Green se muestra comprensivo. Hay, admite, "una inmensa cantidad de ira" sobre los paquetes de remuneración de los banqueros. "Y es entendible, en particular en el contexto de una economía que ingresó en una recesión y en el que el desempleo es alto". Unos 36 millones de personas, de acuerdo con algunos estimados, "han perdido sus empleos durante la crisis a nivel global. ¿Hay ira pública? Sí. ¿Es entendible? Sí".
Pero más que eso, Green acepta que la compensación previa a la crisis en la industria a menudo no estaba "alineada con los intereses de los accionistas, ni con el hecho de que hay algo de riesgo en el balance de un banco luego de que se cierra un acuerdo". En otras palabras, los banqueros se llevaban las bonificaciones y los accionistas —o los contribuyentes— se quedaron cargando el muerto.
Estos problemas, afirman, están en proceso de ser tratados por reguladores y juntas directivas de los bancos. La postergación de los salarios y las cláusulas de recuperación se convertirá en la nueva norma a medida que los bancos buscan alinear incentivos con los intereses de los accionistas.
"No creo", sostiene Green, "que haya alguna posibilidad de volver al estado de cosas previo". Y continúa: "Creo que esta fue una experiencia lo suficientemente grave como para que los efectos se mantengan durante un buen tiempo".
A pesar de toda la atención que los salarios en los bancos ha tenido en los medios y entre los políticos, Green ve a la remuneración como un síntoma de un mercado distorsionado en lugar de la causa de la crisis. El banquero divide el sector financiero en tres mercados: un mercado de productos, en el que se suministra bienes y servicios a clientes; un mercado de capital que dota al sector con el dinero que desembolsa; y el mercado laboral.
Velocidad sin precedentes
"Si mira los mercados de capitales", dice, "es muy claro que había distorsiones..."
Pero a Green le interesa el panorama más general: lo que nos dicen el pánico financiero y la crisis subsiguiente sobre la forma en que el mundo ha cambiado en las últimas décadas. "Creo, de hecho, que cuando se escriban los libros de historia, una de las cosas en las que se concentrarán los historiadores económicos será la velocidad sin precedentes con la que la crisis financiera se convirtió en una desaceleración económica" en 2008. Fue, sostiene, diferente a crisis previas por su rapidez. La "pura velocidad" con la que se extendió de "país a país y de empresa a empresa no tuvo, creo, precedentes".
¿Por qué una crisis financiera se convirtió tan pronto en una recesión global a fines de 2008? "Sospecho que tiene que ver con las consecuencias de tener una economía mucho más globalizada y veloz que nunca antes".
No había, como sostiene en su libro, "elasticidad en el sistema" de cadenas de suministros globales y la gestión estricta de inventarios. Ese sistema es lubricado con el crédito facilitado por un sistema financiero global que se estaba agrietando, y que a su vez alimentó una crisis en la economía real con una velocidad que tomó al mundo por sorpresa. La globalización hizo posible que incluso firmas más pequeñas compraran partes y materiales de todas partes del mundo. Pero también las puso a la merced de las innumerables interacciones requeridas para que esos negocios sean posibles.
Esto no es una condena de la globalización. Primero que todo, como dice Green, porque está en un punto donde ya es imposible devolverse. Es más, "la globalización no es una ideología, es de hecho un fenómeno", agrega.
La tarea ahora, afirma, es "aprender las lecciones de la crisis, para fortalecer el camino hacia adelante sin tener que hacer cambios fundamentales. No creo que haya posibilidad de una desviación del curso actual si queremos seguir permitiendo que mercados emergentes en particular sigan desarrollándose". ¿Entonces cuál es la alternativa? "Yo no creo", afirma, "que haya una alternativa al mercado como el motor básico del desarrollo económico y social... O más bien, las alternativas ya se probaron".
"Así que al final del día", sostiene mientras el cielo se oscurece detrás suyo sobre Londres, "me adhiero a lo que podría llamarse una defensa churchilliana de los mercados". Es decir: es la peor forma de organización económica, excepto por todas las demás que se han probado, el comunismo totalitario y el fascismo de un estado corporativo.
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