Para muchos inversionistas, la turbulencia de los mercados no sólo ha destruido riqueza. También ha hecho añicos su fe en el propio sistema financiero.
Un ejemplo es Philip Eberlin, de 56 años y responsable de un negocio de restauración de muebles en Chicago Heights, Illinois. Hace una década, cuando apostó por acciones consideradas atractivas por los mercados, Eberlin perdió con títulos como Krispy Kreme y Tyco. En 2007 volvió a invertir en la bolsa y de nuevo su saldo quedó en rojo.
Al haber perdido por partida doble en 10 años, Eberlin ahora tiene alrededor de 80% de los activos de su familia "protegidos del mercado" en certificados de depósito y anualidades de renta fija. "No confío en que Wall Street ayude al pequeño inversionista de ninguna manera", dice.
Eberlin no está sólo. A finales del año pasado, la firma Decision Research, de Eugene, Oregon, preguntó a estadounidenses en una encuesta cuánto confiaban en que los banqueros y otros líderes de Wall Street "redujeran el riesgo de los desafíos financieros que enfrenta ahora EE.UU.". En una escala del 1 al 5, siendo el 1 desconfianza absoluta, el resultado promedio fue un magro 1,7.
Con esta falta de fe, ¿cómo van a ser capaces las compañías de obtener el capital que necesitan para expandirse? Los cimientos de los mercados financieros se asientan sobre la confianza de los pequeños inversionistas.
Pero todos los inversionistas tienen una necesidad fundamental de creer que el mundo es justo, que, a la larga, la gente buena recibe su recompensa, y la mala su castigo, y que el sistema no está manipulado para favorecer a unos pocos que no se lo merecen.
Esta creencia en un mundo justo es en parte un engaño; casi todos sabemos que la gente buena a menudo acaba de última. Pero este engaño hace soportables los reveses a corto plazo. "La creencia de que el mundo es justo y predecible es necesaria para que la gente retrase la satisfacción y haga inversiones que rindan frutos a la larga", afirma James Olson, psicólogo de la Universidad de Ontario Occidental.
Por ejemplo, tras el desplome de las acciones tecnológicas en 2000-2001, muchos inversionistas se culparon ellos mismos por tomar riesgos imprudentes, en lugar de deducir que vivían en un mercado caótico.
Sin embargo, en esta ocasión, muchos inversionistas que siguieron los mejores consejos fueron precisamente los más castigados. Alguien que invirtió en un fondo indexado en el mercado bursátil perdió más del 58% desde octubre del 2007 hasta marzo del 2009 y sigue 31% por detrás incluso a pesar de la recuperación del año pasado.
Estas personas no se pueden culpar a sí mismas, hicieron lo que se les había dicho. Mientras tanto, vieron cómo las firmas de Wall Street entregaban miles de millones de dólares en bonificaciones.
Creo que las antiguas verdades siguen siendo válidas: comprar y mantener una cartera de acciones diversificada aún tiene sentido. Paradójicamente, a medida que tambalea la fe de más gente en las inversiones tradicionales, es probable que aumente la recompensa futura para quienes siguen apostando en el mercado bursátil.
Pero puede tardar tiempo. En 1952, dos décadas después de que el Gran Crash bursátil tocara fondo, sólo el 19% de los estadounidenses adinerados consideraba la bolsa como la mejor inversión, según una encuesta de la Reserva Federal. Como consecuencia, la mayoría de los inversionistas se perdió el gran mercado alcista de la década de los 50, con ganancias anuales de 19,4%.
¿Cómo se puede restaurar la fe? Las firmas de Wall Street necesitan sincerarse admitiendo sus defectos. Entre más protesten su inocencia, más siente el típico inversionista que el mundo financiero es injusto.
Las audiencias Pecora —realizadas por el Senado de EE.UU. en los años 30 para investigar las prácticas de intercambio de valores y su efecto en el mercado— sirvieron en parte como una forma de expiación pública, tras las disculpas presentadas por los líderes de Wall Street por la conducta de sus firmas. La Comisión de Investigación de la Crisis Financiera (FCIC por sus siglas en inglés), formada por el Congreso en 2009 y que está manteniendo sus propias audiencias, puede ayudar a los inversionistas a sentir que Wall Street puede reconocer sus errores.
Por último, los asesores financieros necesitan ser mucho menos dogmáticos y confiar menos en sus predicciones. Al admitir hoy el alcance de su propia ignorancia, ayudarían a impedir que los inversionistas se sientan engañados mañana.
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